Desde primera hora de la mañana, el hombre ciego había estado esperando junto al camino. La noche anterior había llegado a su aldea la noticia de que el Sanador pasaría por allí por la mañana. La persistente esperanza de recuperar la vista nunca le había abandonado del todo. Es cierto que había sido ciego toda su vida y, sin embargo, a través de todos los pasillos de su espíritu, persistía el simple rumor de confianza de que algún día recuperaría la vista. Por fin, con la cabeza ligeramente inclinada para asegurarse mejor del suave golpe de los pies al caminar, lo sabe. Toda su vida había esperado ese preciso momento.
Este artículo aparece en el Volumen 1, Número 19, publicado el 5 de noviembre de 1955



