La penumbra agita
el sonambulismo de las mantas,
un suelo alfombrado con almohadas.
Los ronquidos que trajeron el sueño
a muchas bocas se calman.
La noche se retira.
Los huéspedes ahora consideran
dónde colocar sus vidas,
cuánto cabrá en una mochila.
Aquellos que actúan por convicción
recogen sábanas manchadas, doblan colchas,
rocían lejía sobre los colchones.
Los huevos en la cocina se hinchan
amarillos como el sol naciente.
Los cansados hacen fila en dos baños
cerca de cestas de cepillos de dientes,
jabón de barra. Ningún ancla para este barco,
abarrotado, que llega a la deriva cada lunes por la noche
meciéndose en el puerto
de una iglesia con corrientes de aire,
la tos y el hedor
arrastrando los pies por un café
bajo la cruz del techo,
muchas cruces sobre muchos hombros.
¿Dónde tiritará cada uno hoy
entre este sótano
y el centro comercial?
donde el calor servirá para un día.
Este sándwich de jamón, esta manzana
llenarán una peregrinación helada,
empacado en una bolsa de papel blanca
con dibujos a crayón
dibujados por un niño
que piensa que el mundo
se salvará con todo esto
en el día más frío del año.
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