
La mayoría de las veces, duermo durante el luto.
Hasta que llega con estrépito
con la explosión
de los rayos del mediodía en mi ventana.
Siento pena por mi madre,
por lo que nunca pudimos tener.
Llorando las horas perdidas
dedicadas a
“tu problema es que no—”
y
“nadie más va a aguantar tu—”
Mi mejor hora contigo, mamá,
fue cuando nos sentamos cogidas de la mano
en la cama de Rosewood.
Me dijiste cuánto habías
empezado a apreciarme
porque yo podía estar quieta,
y mi hermano nunca parecía dejar de hablar.
Entonces nos sentamos,
en silencio como dos cuáqueras
mientras me deleitaba estando cerca de ti.
Fue suficiente.
Y ahora, hay tantas preguntas
que me gustaría hacerte.
Tantas cosas sobre tu
vida pasada
que me gustaría saber.




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