1
Cada mañana de mi infancia, antes de ir a la escuela,
juraba lealtad, con la mano en el corazón,
esperaba sentir el latido.
Estaba viva; podía hacer promesas.
No entendía lo que significaban las palabras
—individualmente o todas juntas—
pero absorbía la reverencia que las rodeaba,
la solemnidad, mi sagrado deber.
2
Cada mañana en este otoño de mi vida,
juro lealtad a mi corazón,
para mantenerlo fuerte en la salud, suave en el cariño.
Juro lealtad a los lirios del campo,
y al jengibre blanco,
al gorrión que cae,
y a los pinzones azafrán
en la hierba verde y húmeda;
Juro lealtad a los niños
que nos mostrarán el camino al cielo,
a la Tierra que nos alimenta,
que llueve sobre buenos y malos por igual.




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