Tenía 58 años cuando me enteré de que solía tocar el violín
y esa historia también de tía Stella,
ella misma música, lo sabía,
pero ella tocaba para la iglesia
y eso estaba bien para Ab–
incluso compró un órgano de salón para las chicas–
pero después de que se salvó,
antes incluso de que nacieran los niños,
renunció a los bailes y a tocar el violín
y una vez, dice tía Stella,
cuando ya era casi adulta
y volvía a casa de la universidad con una amiga,
las dos en el salón una tarde de domingo
tocando un himno al órgano y al violín,
Ab entró y las interrumpió,
ya que el violín seguía siendo el instrumento del diablo
e inadecuado para su casa ahora,
incluso con la gracia cayendo en cascada de sus cuerdas.
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