Fueron las ancianitas con zapatillas de tenis
quienes me salvaron la vida cuando era joven.
Me saludaban en la puerta de la casa de reunión
sonreían, me daban la mano, me llamaban por mi nombre,
me enviaban tarjetas de cumpleaños cada año.
Me veían y me querían
solo por estar en este mundo, en su esfera.
Sin necesidad de esconderme, sin posibilidad de fracasar.
Iluminaron un camino por delante.
La juventud era un asunto incierto
un laberinto de obstáculos e incógnitas.
La mediana edad parecía solo
una carga interminable de trabajo.
¡Pero estas ancianitas eran indomables!
Hacían lo que les placía
con esas robustas zapatillas de tenis,
parecían tener una historia de amor con la vida.
Sabía que, si tan solo podía aguantar,
yo también podría.
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