La vieja Liza habla del Amor

© Stefan stefancik/unsplash

Cuando amas, es verdad,
no ves dientes feos,
ni dedos de nabo asomando
del zapato recortado,
o si los ves, que Dios te bendiga,
de alguna manera son entrañables.

Cuando el alma brilla,
la mancha, el moretón,
el pecho caído, la nariz abultada,
las venas abultadas o las manos manchadas
son formas de enmascarar la luz
que de otro modo es demasiado brillante.

Son marcadores de que te has
acercado a algo querido,
el barro del que brotan arroyos,
la sangre del nacimiento, el árbol de invierno,
la taza agrietada en manos temblorosas
que contiene la bebida que necesitas.

El hijo pequeño acurrucado como una raíz,
la esposa calva cepillando suavemente el aire,
soldados rotos que los médicos no pueden reparar,
el alma está ahí. Amamos.
No podemos evitar amar,
más allá de la esperanza, o la muerte, o la oración.

Y si amas, es verdad,
y más simple de lo que parece,
alguien te amó primero.
Tu alma brotó. Tenías
un lugar. Creciste en la luz
y corriste en gracia.

O quizás sucedió tarde,
pero cuando sucedió, tu alma
corrió como agua por tus huesos,
enfriando el pecado, aliviando la vergüenza.
Por primera vez, estabas completamente aquí
porque el amor pronunció tu nombre.

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