Éramos hermosos entonces,
le digo a la cantautora de esta noche,
recordando la última vez que la vi tocar
en el césped del museo en los noventa.
Llevaba una camisa blanca almidonada de hombre
con botas rojas de cowboy entonces; escuché en una colcha
con el amante con el que pasaría mi vida.
Esta noche, lleva pantalones de cebra, zapatos de plataforma
a juego de cebra, pelo rosa aunque es la madre
de adolescentes y tiene caderas anchas.
Pero cuando se coloca en el centro
del salón, con la guitarra roja colgando
de su fuerte cuerpo, canta sola una canción que escribió
con la voz de la madre del chico
que disparó a tantos, está lo suficientemente
cerca como para tocarla, pero demasiado
hermosa para mirarla.
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