
Muriéndose de hambre por elección
mi madre quería saber
qué carne y verduras comíamos sus hijas
y si la tarta estaba buena.
Marcaba en un calendario los días sin comida,
luego agua, luego trozos de hielo.
Le gustaba más el sabor de los hisopos rosas que los amarillos.
Sus labios secos, su saliva pegajosa.
Después de tres semanas no podía levantar los hisopos a la boca.
Le dimos el consuelo que aceptaba
hasta que dijo no a nuestro canto
no a las visitas, no a hablar, no
a todo excepto a nuestras manos sosteniéndola
quien ya nos ha dejado ir.
Quería morir mientras las hojas aún caían.
No quería que viajáramos en invierno.
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