No todos los hijos que eliges te eligen a ti.
Pero solo escuché lo que anhelaba oír. Hijos.
Yo, encorvado y con la piel curtida, aún
sería padre de una tribu. Granos de arena, dijo Él. Un torrente
de estrellas del desierto. No me dije a mí mismo, ni negocié.
Pregúntale a Él, no cuántos, sino qué tan buenos.
Lot fue mi primero. Lo amé como a mi hermano
y a mi hijo. Un chico delgado, de labia fácil
y músculos tersos. Solo una serpiente, hábil para
despojarse de la piel. No podía evitarlo:
golpeaba a quien le pusiera una mano encima.
Hay regalos que no puedes regalar.
Entonces mi hijo Ismael me tomó por asalto.
Con el pelo de punta como un rayo, voz de trueno.
La ferocidad parpadeaba en sus ojos. Un
lobo negro desde su nacimiento, de la madre equivocada.
Lo empaqueté y tiré mi corazón a la basura.
Hay regalos que no debes guardar.
Por último, vino mi Isaac, mi más desafortunado. Un niño
tan silencioso, un observador, maleable. En resumen,
una oveja, no un hombre. ¿No querrías
sacudirlo, golpearlo para que actuara?
Adelante, ríe, así es como lo perdí.
Hay regalos que recibes solo de nombre.
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