Al no haber dado a luz a un hijo,
no he sostenido el eco de la sonrisa de mi marido,
no he visto a mi madre en los ojos de mi nieto,
no he acariciado a los parientes de generaciones pasadas
y aún por venir.
Al no haber dado a luz a un hijo,
no he corrido el riesgo de dejar que otros me conozcan
más plenamente de lo que me conozco a mí misma:
mis excentricidades y momentos mundanos,
reverberaciones y lugares de descanso.
Al no haber dado a luz a un hijo,
me rindo con menos facilidad a los ataques del tiempo,
y rezo con más fervor por un indulto.
No hay nombre para el arrepentimiento que se transforma por el amor,
ningún lugar que no sea ahora, ninguna maravilla más allá del asombro.
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