Debieron de ser esos largos paseos por caminos rurales,
margaritas y susanas de ojos negros separando el camino de tierra de las tierras de cultivo,
tu pequeña mano extendiéndose y sostenida por el cariñoso agarre de tu madre
como una flor recién cortada. De vez en cuando
ella te dejaba correr delante para lanzar un terrón de tierra
de vuelta al campo de donde venía,
donde el sustento de una familia yacía oculto,
cosechas de algodón y tabaco dependiendo de
la cantidad justa de lluvia en el momento justo.
A veces te dejaba caminar descalzo,
normalmente no había nada peligroso que pisar por ahí,
cristales rotos en el hormigón a kilómetros y a un mundo de distancia.
A veces te levantaba con seguridad para cruzar
el lecho de un arroyo normalmente seco, hinchado con agua que fluía
del manantial de temporada de lluvias. Me pregunto de qué
te hablaba durante esos viajes semanales, una o más
veces. ¿Te decía que el trabajo duro
y cumplir tu palabra eran siempre lo más importante,
aunque no te pagaran? ¿Te decía
que vendrían tiempos difíciles y como José en Egipto
tendrías que planificar con antelación? Fuera lo que fuese,
debió de conseguirlo.
Quizá cantaba canciones de alegría
junto con canciones de tristeza,
enseñándote a amar la vida y, sin embargo, a tener cuidado.
Creo que alguien dijo que el único humano perfecto
es el que nadie conoce, y probablemente sea cierto
con quizá algunas excepciones. En fin,
debieron de ser esos largos paseos
por caminos rurales.
Corrección: este poema se publicó originalmente en línea con el título incorrecto y bajo la firma de Tricia Gates Brown. Pedimos disculpas por la atribución errónea.
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