En una tarde de otoño en mi cálida cocina, horneo una frittata.
Cebollas fritas, patatas rojas, nata, cheddar, huevos
de las gallinas del vecino.
Huevos de todos los tamaños, cáscaras de muchos colores.
Abiertos, las yemas flotan en una pegajosidad transparente,
unidas por un cordón umbilical a hebras blancas
de pollitos nonatos. Mudos.
¿Cómo puedo hablar de esto?
Mientras yo engordo con nata y huevos.
Mientras una madre rehén
espera ser ejecutada. Mientras las bombas desmiembran
familias encerradas en tierra ocupada. Obliteran
la cabra de la familia, las gallinas buscando comida en los patios traseros.
Mientras clasifico la ropa suave, doblo
las pequeñas mangas de las camisas del bebé.
Emparejo calcetines del tamaño de galletas para perros,
para colocarlos en su cómoda.
Donde antes, las madres tendían camisas
y sábanas para que se secaran.
Ahora, manchas de color en los escombros.
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