Cultivar la paz interior y la bondad
En estos días, muchos de nosotros vivimos con desesperación. Algunos han perdido a seres queridos por la COVID-19. Muchos han sido despedidos del trabajo y no tienen ingresos. Marginados por raza y género, muchos pierden la esperanza o se enfurecen. El Dalai Lama dice que solo cuando más y más personas encuentren la paz interior puede haber paz mundial. Desarrollar la paz interior es, por tanto, una gran tarea personal para cada uno de nosotros, así como una tarea comunitaria seria. Nuestros pequeños esfuerzos personales podrían inclinar la balanza y provocar esa masa crítica que promueve un cambio fundamental de conciencia. Lo que cada uno de nosotros hace importa más de lo que sabemos cuando se trata del dolor en el mundo.
Esta forma de trabajar me llegó a través de dos influencias diferentes. La primera es mi comprensión como psicoterapeuta de que todo el mundo tiene muchos aspectos o partes que tienen que encontrar alguna manera de estar en una sola piel. A veces, estos aspectos están en conflicto, y proyectamos en los demás los conflictos internos que no hemos resuelto. Para muchos, parece mucho más fácil culpar y juzgar que asumir el trabajo de decir la verdad interior y la reconciliación. El trabajo psicológico de Carl Jung, Roberto Assagioli, Richard Schwartz, Hal Stone y muchos más abordan el tema de las partes no reconciliadas y cómo trabajar con ellas.
La otra influencia ha venido de sentarme muchas mañanas de domingo en el silencio de un Meeting cuáquero. Estas influencias me han llevado a una forma que me ha resultado muy útil.
Aristóteles dijo que el alma nunca piensa sin una imagen. De hecho, las imágenes son una forma de pensar. Una imagen puede transmitir mucho, de ahí el dicho: “Una imagen vale más que mil palabras”. Yo añadiría que un sentimiento realizado e integrado vale más que mil imágenes. En última instancia, la paz interior es un estado del ser, no un pensamiento ni una imagen. Es gracia encarnada.
Primero, empecemos con la imagen. Imagina una casa (esta puede ser cualquier casa que tu mente cree). En esta casa duermes, comes, contestas al teléfono, pagas las facturas y haces todo lo necesario para llevar tu vida personal. Convengamos en que la casa representa todos los detalles de tu vida ordinaria. Integrado en esta casa está lo que me gusta llamar un “soularium”: un lugar para que el alma simplemente sea. Las puertas conducen desde el soularium al mundo donde trabajas y te relacionas con la comunidad en general. El soularium es un lugar liminal, un espacio intermedio.
Una forma de cultivar la paz interior y la bondad hacia uno mismo es encontrar un lugar cómodo en el soularium y permitir que ese aspecto inocente y esencial que cada uno de nosotros tiene y es —la esencia del ser que es consciente— se siente y descanse, escuche el agua viva en la fuente que hay allí y se deleite con la luz. Yo lo llamo baño del Espíritu.
Ahora bien, normalmente, cuando nos detenemos a descansar, surgen todo tipo de cosas a las que no hemos prestado atención, desde asuntos pendientes en las listas de “tengo que” hasta preocupaciones más graves, como penas, enfados, remordimientos, temores y preocupaciones. Llamemos a esas nuestras partes. En el momento en que aparece una parte así, podemos darle un lugar acogedor en el soularium (que, por cierto, puede expandirse infinitamente). Si es una parte problemática, podemos imaginar que la ponemos fuera de la vista cerca de una gran palmera en maceta, detrás de nosotros, o en algún lugar donde pueda estar presente sin ser juzgada. Lo principal que estamos haciendo es invitar a nuestras partes a que vengan a descansar también. No estamos favoreciendo a una sobre otra, ni excluyendo a ninguna. Esto está muy en el espíritu cuáquero. Con esta actitud, nos entrenamos para tener la confianza de que la Luz, o el Espíritu, alcanzará esas partes descontentas sin que tengamos que atenderlas con más que una inclusión cortés. A medida que aparecen más aspectos, simplemente les damos un asiento, pero no les prestamos más atención. Dejamos que la Luz y la fuente burbujeante se encarguen de ellos mientras nos adentramos cada vez más en un estado de confianza y descanso en el centro de todo.
Me ha sucedido que, al participar en esta imagen, se produce una sensación de recogimiento muy parecida al descenso de un silencio más profundo: ese sustancial algo que se produce en los Meetings cuáqueros. Este fenómeno, cuando ocurre en un Meeting de adoración, se llama Meeting recogido. Ninguna palabra, pensamiento o acción produce esto. Ocurre desde un lugar sin imágenes y es un estado de gracia.
Cuando esta forma se practica con frecuencia, se abre un camino hacia la puerta del soularium. Vamos allí directamente cuando estamos perturbados o tan pronto como podemos después de que se detecta la turbulencia interior. Es muy parecido a cuando los ciervos caminan una y otra vez por el mismo camino en el suelo del bosque hasta una fuente de agua: habitual y vivificante. Practicar de esta manera crea un camino interior para que podamos encontrar fácilmente ese santuario donde muchas cosas dispares pueden ser verdaderas y aceptadas sin polarización o necesidad de distanciamiento o de arreglar. Podemos simplemente estar en medio de todo. Es una forma de practicar individualmente lo que se necesita en comunidad.
Mi experiencia me dice que, con el tiempo, no necesito la imagen del soularium. Simplemente me coloco en un centro difuso y lleno de luz. Si la situación es difícil, intento escuchar una fuente y no los conflictos. Pido que todo ello (sea lo que sea en ese momento) se coloque en la Luz.
Esta forma de práctica me ha ayudado mucho, y la ofrezco aquí con la esperanza de que pueda ser útil también para otros. Por favor, recuerda que no tienes que ser dueño de una empresa de construcción u obtener un título en arquitectura para construir un soularium. Que la paz abrace todo tu ser.
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