Esta pequeña luz mía

14Cuando tenía cinco años, me estampé contra una lápida,
me partí la frente hasta el hueso
contra el borde de granito,
y solté un gemido que
partió el cielo.

Hice añicos las nubes de diciembre
aquella mañana agotadora,
el Primer Día,
en el cementerio gris
detrás de nuestra casa de reunión cuáquera.

Los feligreses salieron,
se arrodillaron frenéticamente delante de mí
para limpiar la sangre,

envolvieron la camisa de mi padre alrededor de mi cabeza:
un turbante blanco adornado con rojo.

En la Escuela del Primer Día, esa mañana, habíamos aprendido que
Dios nos creó a su imagen,

y luego habíamos aprendido que Dios era una luz,
esta pequeña luz mía,

y me preguntaba en la ambulancia, gritando,
cómo éramos tan carnales,
tan frágiles,

si realmente fuimos hechos una vez de luz
y nos habíamos magullado hasta convertirnos en cuerpos.
Kathryn Ailes
Swarthmore, Pensilvania.

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