Tenía diez años cuando aprendí por primera vez la palabra, solo una de las docenas que tenía que memorizar para un examen: Integridad, I-N-T-E-G-R-I-D-A-D: “un estado de ser completo o indiviso”. Poco sabía que la “integridad” es mucho más que un simple sustantivo.
Tenía 12 años cuando vi por primera vez la palabra en acción. Escuché en las noticias una historia increíble sobre un hombre sin hogar que encontró un bolso y se lo devolvió a su dueña. Obviamente necesitaba el dinero, pero renunció a él por algo más. Solo más tarde me di cuenta de que ese “algo” era la integridad.
Ahora tengo 14 años y finalmente entiendo la palabra. La integridad no puede simplemente recibir una definición; no es algo que se pueda aprender u obtener memorizando. Integridad es cuando tu amigo toma doble ración, pero tú solo tomas una para asegurarte de que haya suficiente para todos. Integridad es cuando la persona que está a tu lado mete a escondidas una chocolatina en su bolsillo gratis, pero tú pagas diligentemente la tuya. Integridad es cuando devuelves un bolso perdido a su dueño, aunque necesites desesperadamente el dinero. Es la decisión personal de tomar el camino más desafiante pero más gratificante a través de la vida o, como dijo una vez Robert Frost, es “tomar el camino menos transitado”. Entonces, como he aprendido a lo largo de los años, la integridad no es algo que se pueda aprender simplemente, sino que debe experimentarse.
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