Ira en tiempos de un completo y absoluto desastre

© Fernando Rodrigues/unsplash

En los últimos meses, he visto la frase “amor en tiempos de coronavirus” varias veces, y siempre espero que quienes la usan sepan de dónde viene: la novela El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. Debido al coronavirus, la vida se me antoja más al título de su otra famosa novela: Cien años de soledad.

Pero en serio: estoy sintiendo bastante ira además de amor. Me identifico como una mujer blanca cisgénero, así que reconozco mi privilegio, pero aun así me siento enfadada por el desastre racista de los Estados Unidos y cada persona blanca en él. También me siento enfadada por el desastre impulsado por los combustibles fósiles en el que estamos, conocido como calentamiento global. Estoy enfadada porque Exxon sabe desde la década de 1970 lo que estaba sucediendo. Estoy enfadada por los primeros intentos de desacreditar el voto por correo y por todas las demás estrategias en las que algunas personas están trabajando para impugnar los resultados de las elecciones presidenciales si pierden.

Estoy enfadada por todo el sufrimiento innecesario que está causando el coronavirus, y porque gran parte de él podría haberse evitado con un liderazgo eficaz en los Estados Unidos. Estoy enfadada de que tantos estén sufriendo por la pérdida de empleos, el cierre de negocios, la amenaza de desalojo, la desacertada industria de seguros de salud, la frustración con el aprendizaje a distancia, la soledad y el simple miedo. Echo de menos a mi familia. Echo de menos a mis amigos. Duele.

Estoy enfadada por el racismo y por la asombrosa cantidad de asesinatos de personas negras que estuvieron ocultos a la vista del público hasta que las cámaras de los teléfonos móviles cambiaron eso. Estoy enfadada con las personas blancas que se niegan a aprender sobre el racismo y el papel que desempeñamos en su perpetuación y sus efectos de gran alcance.

Así que esto no es ira en tiempos de coronavirus; es ira en tiempos de un completo y absoluto desastre. Y la ira es una de las herramientas que estamos utilizando para salir de él.

Mostrar ira es algo arriesgado. Desencadena reacciones negativas, y las personas enfadadas (dependiendo de su raza y/o género) son denunciadas como “matones”, “terroristas”, “perras” o incluso “acosadores”. Pero en palabras del inmortal Elton John, “Sin amor no tendría ira / No creería en el derecho a estar aquí”.

Saber que esto es cierto me ayuda mucho. Además, recientemente leí esto sobre la ira de nada menos que Mohandas Gandhi: “No deberíamos avergonzarnos de la ira. Es algo muy bueno y muy poderoso que nos motiva. Pero de lo que debemos avergonzarnos es de la forma en que abusamos de ella”.

Ahora siento que he llegado a alguna parte. Sé que la ira puede provenir del amor y puede ser justa. Sé que se puede usar con prudencia o de forma abusiva. Es mi responsabilidad ser cuidadosa, consciente y piadosa al usarla.

Y finalmente, tengo que aceptar la ira de otras personas si voy a reclamar la mía propia. Está bien. Sé que puedo hacerlo. Esto viene de estar dispuesta a hacerlo. Sé que la ira está ahí, es válida, y su expresión es realmente importante para este completo, hermoso y absoluto desastre de estar viva. Doy gracias a Dios, como suelo hacer, por haberme dado esta oportunidad de vivir, de ser parte de la Creación y de aprender a ser las manos de Dios en el mundo, aunque solo sea un poco. Una última cita, esta vez del melifluo Cat Stevens: “Nunca es demasiado tarde / Para aprender sobre el amor”. Creo que aprender sobre el amor y aprender sobre la ira van a ir de la mano en este tiempo.

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