
(con gratitud a Camay Murphy)
Mi abuela ponía un poco de azúcar en todo lo que cocinaba.
Una cucharadita aquí, una pizca allá, una taza entera en su tarta de manzana.
Y nos lo comíamos todo.
Y nos encantaba.
Crecí creyendo que toda la comida era deliciosa,
que nunca había que perderse la hora de la comida,
y como sabía que todo
lo que cocinaba mi abuela estaba lleno de amor,
no importaba lo que pasara durante el día,
la cena curaba con su dulzura.
Todas las noches me iba a la cama
con ese sabor en la boca
y cada mañana me encontraba con el autobús escolar,
sonriendo.
Los comentarios en Friendsjournal.org pueden utilizarse en el Foro de la revista impresa y pueden editarse por extensión y claridad.