Riendo, corre desde el sofá de la sala familiar
donde me siento a contar, con ambas manos sobre mis ojos.
“1, 2, 3, 4, 5 y 5 son 10. Listo o no, allá voy”.
Primero, en la cocina, abriendo y cerrando armarios
cajones y puertas, “No, aquí no. Aquí tampoco”,
repite en voz alta mientras levanta las esquinas del mantel,
de nuevo mientras miro debajo del cojín de una silla, detrás de la cortina,
luego busco en la sala de estar para hojear las páginas de un libro
en la estantería, “Seguro que se esconde bien, ¿dónde puede estar?”.
Risas ahogadas en el armario, siempre su mismo escondite,
mientras paso por la puerta entreabierta, de nuevo sin verla agachada
sonriendo mientras continúo mi búsqueda en el pasillo.
“Me pregunto dónde puede estar esa niña, he buscado por todas partes”.
Un tirón en la pernera de mi pantalón, me doy la vuelta con salvaje sorpresa,
“Aquí estoy, Papa, justo aquí. Mira. No pudiste encontrarme”.
“Ciertamente eres una escondedora maravillosa, mucho mejor que yo.
Ahora es mi turno”. Ella cuenta con los ojos tapados mientras me deslizo
en el armario, el mismo lugar que cuando su mamá era pequeña.
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