Alterando los reflejos de los robles,
los zapateros giran, dan vueltas, quietos
en el tranquilo remanso del río.
Comida para truchas,
se reúnen en grupos
con forma de lágrima, se aprietan
y luego se dispersan frenéticos
cuando me adentro.
El sol de principios de verano penetra
la superficie, revelando
rocas trapezoidales que parecen estar
detrás de una vidriera color ámbar.
El pequeño río está bajo: sequía
este año, y el pasado, y tal vez
el año que viene también, el pronóstico
incierto hasta que llegue el momento:
la garza azul posada
sobre la lenta poza antes de
que se lance para su punzante estocada.
Haciendo bucles silenciosos,
los patinadores ondean agua sin arte:
están en la superficie y no pueden ver
la sombra rápida
que se desliza debajo
de la piel lúcida del río,
el abismo que yace
abajo.




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