Oigo a mi marido cantando “Perros a la fuga”,
con la melodía de “Band on the Run”, en la cocina
donde está cortando los peores perritos calientes
para una olla de alubias que llevará al parque de patinaje
para gente de la calle. Conozco esos perritos calientes, porque
los compré yo, 40 en un paquete, teñidos de rojo sangre,
entrañas y uñas de los pies, de pollo, ternera y
cerdo. Aunque me regañó por no gastar en los mejores.
Se merecen lo mejor que podamos, dijo.
Sobre cómo nos va, me especializo en acumular
resentimientos y remordimientos, para sacarlos a relucir con efectos dramáticos.
Pero, ¿cómo no perdonarle todo, al menos
por un día o dos, cuando canta “Perros a la fuga”
antes del desayuno mientras las alubias burbujean?




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