A veces no hay ningún símbolo, solo alivio cómico.
Considera cómo, para un niño de cuatro años,
una boya abandonada se convierte en un objetivo
de deleite infinito. Considera la rapidez
con la que la munición fluye de una intensidad
a la siguiente: primero vienen balas de cañón
de barro como excrementos, luego rocas arrancadas
del fondo del océano, que se rompen al contacto
como bates de béisbol. Luego viene un tronco
con cada nuevo golpe y, a decir verdad
, no siento remordimiento, ni siquiera una pizca
de buena culpa cuáquera. El sol nos purga
y las aguas sedientas, la marea tambaleándose
hacia nosotros como un borracho en la cena,
mientras que en el océano, las aves marinas
se ríen y muy arriba,
las estrellas invisibles giran como quieren,
tan mudas y ciegas a nuestra guerra de abajo.
Prácticas de tiro en la playa
septiembre 1, 2015
Septiembre de 2015
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