“Con esta fe seremos capaces de extraer de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de defender la libertad juntos, sabiendo que un día seremos libres”. –Martin Luther King, Jr. “Yo tengo un sueño”
La reelección del presidente Barack Obama y su investidura de este mes ayudan a asestar un golpe al viejo sistema de clases estadounidense, a siglos de intolerancia que secaron los ideales de la nación. Si bien probablemente siempre habrá personas privilegiadas y no privilegiadas en nuestra sociedad, al menos podemos tener la esperanza de que la presidencia de Obama permita que una de estas barreras opresivas se rompa. Esto no significa que no tengamos trabajo por hacer, pero sí demuestra que parte del trabajo anterior ha dado sus frutos.
Los orígenes de Obama son similares a los de muchos trabajadores de clase media y obreros en Estados Unidos. Creció con una madre soltera, necesitó la ayuda emocional y financiera de sus abuelos y aceptó trabajos al salir de la universidad que pagaban muy poco. Tuvo una educación muy diferente a la de muchos funcionarios electos en Washington que provienen de familias privilegiadas, como el predecesor de Obama, George W. Bush, y su compañero de fórmula en 2012, Mitt Romney. Los muchos estadounidenses que votaron por Obama, ahora dos veces, para que ocupara el cargo vieron en él los ideales de un país fundado en la igualdad y la democracia. Es una persona que ha logrado grandes cosas a pesar de las dificultades económicas y los prejuicios raciales, una persona que pudo mantener la esperanza y la determinación en medio del cinismo y la desesperación.
Cuando Obama hable el lunes, Día de Martin Luther King, Jr., será difícil olvidar el discurso “Yo tengo un sueño” que King pronunció hace 50 años y esas palabras finales: “Libre al fin, libre al fin, gracias a Dios Todopoderoso, somos libres al fin”.
Tener a una persona de diferente etnia y origen en la oficina presidencial durante ocho años ayuda a cambiar nuestra percepción de quién puede ser un líder en este país. Nos ayuda a tener fe en que podemos trascender la clase, los prejuicios raciales y los privilegios para conectarnos y avanzar hacia un siglo XXI más diverso. Esperemos que los ciudadanos estadounidenses lleven esta perspectiva cambiante a nuestros lugares de trabajo, nuestras instituciones educativas, nuestras causas políticas e incluso nuestros corazones, en caso de que aún existan susurros de intolerancia.
Es un nuevo comienzo, uno que ha sido anhelado desesperadamente por personas que han luchado, rezado y dado sus vidas durante siglos. Es motivo de celebración.
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