Rahab

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Vivía en la muralla, entre el desierto
y la pedregosa Jericó. Como no quería escondermetras un velo, ni dejar que me apartaran de la luz,no pertenecía a ningún sitio. Escuchad, hijas, sipagáis el precio, podéis elegir. Yo elegíesto: una cama, una túnica que me quitaría. Yo misma.

Fuera de mi ventana, arena desnuda se ondulaba
con el calor; en mi puerta, hombres jadeaban por entrar.
Por apretarse contra una mujer al límite.
Por quebrantarme. Hijas, mi pecho era de seda,
el resto de mí permanecía duro, cerrado contra el asedio,
fanfarroneando bravucones y sus golpes bajos.

Así es como alimentaba a mi familia, hermanos que escupían,
hermanas que se alejaban de mí a toda prisa en el mercado.
Y entonces los espías hebreos me miraron fijamente,
a los ojos, y la bondad me abrió en canal.
Quienquiera que fuese su dios, ese dios era el mío.
Hijas, no permitáis que nadie más defina a vuestro enemigo.

Los saqué a escondidas y dejé que la ciudad muriera. Salvadasen el tabernáculo de mi vientre, vosotras y loshijos de vuestros hijos viajáis lejos. Un cordón rojo unevuestra vida a la mía, mi corazón latiendo por el vuestrohasta que os abráis paso a un espacio mayor. Hijas,
llegará un momento en que todas las murallas se derrumben.

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