Razones para no rendirse nunca

Hay días en que la depresión amenaza con engullirme y siento que quiero rendirme.

En esos momentos me acuerdo de mis raíces, de la larga lista de supervivientes que no soñaron con rendirse.

Mis primeros antepasados, enfrentándose a la muerte y al hambre, emigraron a un nuevo país. Por la gracia de Dios y gracias a su valor y determinación, la buena Tierra les recompensó ricamente con sus frutos y una vida mejor. Los descendientes de estos pioneros, mis abuelos, lucharon y sobrevivieron en las condiciones más primitivas. Observándolos, aprendí muchas lecciones de paciencia, humildad y frugalidad.

Durante toda su vida, mis padres aceptaron cualquier tipo de trabajo, sin importar lo difícil o degradante que fuera. Me amaron con un amor tan feroz que preferían pasar hambre antes que verme a mí pasarla, y no habrían dudado en renunciar a sus vidas para mantenerme a salvo. Aprendí pronto sobre el amor incondicional. ¿No borraría los sacrificios de mis antepasados de mi corazón si me rindiera?

Mi marido me amaba tanto a mí como a su hijo, que pasó la mayor parte de sus años de trabajo luchando con un trabajo bien remunerado que no le gustaba para proporcionarnos un estilo de vida cómodo. No fue hasta que se jubiló que pudo dedicarse a la vocación y a los viajes con los que siempre había soñado. ¿Cómo puedo decepcionarle ahora y rendirme, cuando pasó todos esos años asegurándose de que mis necesidades estuvieran cubiertas una vez que él se fuera?

Después de la muerte de mi marido, fue difícil aceptar que ya no estaba conmigo. Pero pronto aprendí que todavía está conmigo. Una pieza de música suya favorita, un libro o un tema ético o religioso lo acercarán cada vez más. Su amor por la naturaleza, un plato o un animal favorito se han convertido en parte de mí porque me lo recuerdan.

Cuando pienso en la cercanía que compartimos mi abuela y yo, me doy cuenta de que parte de ella siempre estará conmigo. Aprecio esas lecciones de dulzura, bondad y paciencia que aprendí con su ejemplo. Debo transmitir esas maravillosas lecciones mientras todavía pueda. Es demasiado pronto para rendirse.

Admiro la esperanza de mi padre, cuando no había ninguna razón para tenerla; su valor para luchar por su vida cuando habría sido mucho más fácil rendirse; su ética de trabajo y los muchos sacrificios que hizo por su amada familia. No puedo rendirme antes de experimentar plenamente esta misma tenacidad por la vida. Él me inculcó el amor por la Tierra, las plantas y las flores. Cuando me maravillo ante la belleza de una nueva flor, él está conmigo. Él es parte de lo que soy.

Mi madre y yo siempre hemos sido muy unidas: primero por necesidad, cuando la guerra nos separó de mi padre. Más tarde nos unimos por elección, porque ella espera que yo la cuide ahora. Ella me salvó la vida muchas veces en los primeros años. Su forma de cuidar me ayudó a mantener la cordura cuando el mundo que me rodeaba parecía una locura. Ella me enseñó fe, valor, confianza y paciencia. No debo rendirme porque todavía hay demasiadas lecciones que aprender.

He aprendido sobre la alegría, la honestidad, la esperanza y el asombro de mis jóvenes nietas. Todavía hay muchas cosas que debemos aprender unas de otras.

No puedo rendirme porque Dios nunca se ha rendido conmigo. Dios está entretejido en el tejido del legado de mi familia y todavía está moldeando mi vida. Me siento bendecida por todas las personas amorosas que fueron y siguen siendo parte de mi vida. Cada día me asombra la creación de Dios: una mariposa posada en una flor, un pájaro volando en el cielo. Cada momento soy consciente de la presencia de Dios en mí y a mi alrededor. Cada nuevo día es un regalo, una oportunidad para compartir el amor de Dios con alguien. ¡No, no me rendiré!

Kathe Bryant

Kathe Bryant es miembro del Meeting de Plainfield (Indiana). Recientemente perdió a su marido y a su madre.