En la encorvada sentadilla de la edad, cojo un vaso de plástico y una tapa
me inclino sigilosamente hacia la esquina
donde él se acobarda.
A veces ella, con ocho patas y mil crías,
a menudo una asesina de mosquitos o una polilla temblorosa,
barrida en la oscuridad, arrojada suavemente a las hojas que esperan.
Si pican o muerden, las mato
al instante con fuerza corporal
antes de que hieran a mis seres queridos.
Pero, ¿no es cierto que me siento a salvo en esta colina,
donde asumo la rectitud,
y sin embargo, solo los valientes dan un paso adelante para blandir sus creencias?
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