Cerrada la puerta tras Letterman,
dudando si llamar,
intenté encontrar mis llaves
mientras mi novio salía
de nuestro camino de entrada.
Los faros brillaban
en la ventana lateral
reflejando mi cara
superpuesta a la tuya
a través del cristal
mientras me dejabas entrar.
Vi en ese instante
cómo podría verme en
veinte años: más mayor, cansada,
arrugada, más baja,
llevando una bata raída,
el brillo de la crema hidratante
humedeciendo mi cara.
Sonreíste y me abrazaste
y volviste a tu cama.
En este instante
te estoy siguiendo:
imprimiéndome,
cría de oca a oca,
tal como mi cara lo había hecho
en ese cristal de la ventana.
Agradecida al abrir mi puerta,
de que mi hijo esté en casa sano y salvo
sin importar la hora.
Que pueda llevar esta gracia
tan cómodamente como tú
llevabas esa bata raída.
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