Entre Amigos Junio/Julio 2017
En las selvas tropicales templadas del noroeste del Pacífico, que rodean las ciudades donde crecí, la muerte y la vida son un continuo. Lo mismo ocurre con los ecosistemas antiguos en todas partes.
Estos lugares húmedos, exuberantes y salvajes eran mágicos para mí de niña, y no lo son menos hoy en día. Los gigantes de los bosques primarios del noroeste del Pacífico son árboles imponentes: el abeto de Sitka, la tsuga occidental, el abeto de Douglas. Estos bosques son notables no solo por su belleza, sino también por su diversidad y su resiliencia. Los científicos que estudian los procesos que operan en los ecosistemas forestales sostienen que la biodiversidad ayuda a la resiliencia. Cuando un árbol del dosel muere, los huecos en su tronco en pie se convierten en hogares para los búhos, su corteza en alimento para los insectos, sus raíces en refugio y escondite para pequeños mamíferos. En medio de una alfombra de helechos y líquenes, los árboles jóvenes extraen nueva vida del alimento de un suelo enriquecido por la vida, la actividad y la muerte de organismos grandes y pequeños, una vida y un poder que se acumulan desde los albores de nuestro planeta. Cuando un árbol cae, la luz del sol llega al suelo del bosque con una nueva intensidad, catalizando un nuevo crecimiento, dejando espacio para las ramas anhelantes del mañana.
Nuestros gigantes no necesitan, no deben y no tienen por qué vivir para siempre para nutrir los ecosistemas del futuro. Cuando veo que los sistemas, procesos o instituciones cuáqueras no nos sirven ahora como parecían servir a los Amigos en épocas pasadas, una reflexión sobre la vida del bosque es algo que encuentro no solo informativo sino transformador.
Nuestras instituciones son importantes, pero como han demostrado cuatro siglos de Amigos siguiendo el camino cuáquero, ninguna ha sobrevivido sin cambios, intacta. Árboles altos han caído, y hoy oímos el crujido y el golpe de más aún. Las especies han evolucionado, no porque nuestros antepasados o sus costumbres fueran primitivos, sino porque la adaptación es una necesidad para la supervivencia. Nuestra experiencia es que Dios, lo Divino, el Espíritu universal, nos revela constantemente verdades directamente y como comunidad mientras practicamos la escucha paciente, la espera en la adoración y el ministerio fiel. Al respirar y vivir estos mensajes, cambiamos. Y el bosque vive.
En este número de Friends Journal, te invitamos a observar y a reflexionar. ¿Cómo están surgiendo nuevas prácticas, procesos e incluso instituciones cuáqueras para servirnos ahora? ¿Cómo deben adaptarse nuestras estructuras? ¿Qué podemos aprender de lo que prospera dentro de nuestras comunidades? ¿Cómo nos estamos adaptando nosotros mismos al ecosistema cuáquero en el que funcionamos? Como individuo único y participante en esta vida sagrada, ¿cuál es mi nicho y cómo apoya mi vida la vida del todo sagrado? Invitamos a tus reflexiones, querido lector. Gracias por ser nuestro compañero en este paseo por el bosque.
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