Entre Amigos: sosteniendo en la luz

Yo estaba sentada, asustada y fingiendo calma, sobre el papel arrugado de una camilla en la consulta de un cirujano, con mi cónyuge en la silla a mi lado. Recuerdo la espera. Habían pasado tres semanas desde la biopsia, sin ninguna noticia sobre lo que habían encontrado, y los minutos de espera a que entrara el cirujano se sentían especialmente concentrados. Habíamos estado escuchando el clic de sus zapatos de tacón, de un lado a otro del pasillo. Iban a hacer clic en nuestra habitación, la cirujana como una imagen de competencia y certidumbre, e íbamos a escuchar que tenía cáncer.

Cerré los ojos con fuerza y exhalé por los labios apretados, desinflándome, mientras ella seguía hablando. Ella tenía esa respuesta, pero no tenía todas las respuestas. Nos advirtió que fuéramos a ver a uno de los oncólogos lo antes posible. Que no lo buscáramos en Google hasta que habláramos con ellos. El martes antes de Acción de Gracias, necesitaba oficialmente algo de curación.

Me crié en una familia cuáquera. Los cuáqueros tienen una forma única de hablar de orar unos por otros. Decimos: «Te sostendré en la Luz». He oído esto innumerables veces en mi vida. Lo he dicho yo misma, muchas veces. Intento imaginar al sujeto de mi oración bañado en una iluminación divina, como un gato en un rayo de sol sagrado. Pero, ¿qué efecto tiene todo este esfuerzo? A veces me lo he preguntado. Claro, es agradable saber que la gente piensa en ti. No fue hasta que me puse enferma que empecé a entender lo que significa ser sostenida en la Luz. Mi familia, mis amigos, mis colegas y la junta directiva, mi comunidad del Meeting cuáquero, la diáspora del Meeting de Amigos de la Universidad donde crecí… La Luz que sentí cuando la necesité fue mucho más real de lo que jamás había imaginado que sería cuando era yo quien oraba.

Tuve muchísima suerte de tener un diagnóstico tratable, pero la cura no fue un picnic. En mi proceso de tratamiento, estuve en manos de otros. Tuve que confiar en la medicina. Mi trabajo era presentarme y ser atendida por médicos y enfermeras. Me dejé sostener en la Luz. Y fui sanada.

Han pasado 17 meses desde el diagnóstico cuando escribo esta columna, y estoy bien, mi enfermedad en remisión. Me ha vuelto a crecer el pelo y tengo la fuerza para coger a mis hijos o levantar las ollas de hierro fundido de la estufa sin pensármelo dos veces. Es más, tengo una mayor apreciación por el valor y el peso místico de nuestra capacidad para ayudarnos mutuamente a sanar, ya sea que esto se manifieste en la práctica competente de la medicina tradicional, modalidades alternativas, la oración, el apoyo práctico a los que sufren y a los que nos cuidan, o simplemente sosteniéndonos mutuamente en la Luz. Nuestros colaboradores en este número (divulgación completa: mi madre está entre ellos) comparten generosamente cómo la práctica de la curación se integra en sus vidas cuáqueras. Yo, por mi parte, puedo decir ahora que leo estos artículos con una apreciación que quizá no habría tenido hace dos años. Estoy agradecida por este aprendizaje, al igual que estoy agradecida por los dones del Espíritu amoroso y la comunidad amorosa. Gracias por leer.

 

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