
Durante todos estos meses he progresado
en la sala de Paz y Justicia del convento
y, aunque no es humilde anunciar eso
He elegido mi palabra, que no es una palabra
sino un sonido sagrado, para silenciar todos mis pensamientos
que claman como niños que quieren ser escuchados.
He aprendido a cerrar los ojos y sentarme
con la espalda recta y las palmas abiertas
sobre mi regazo, en un gesto de recibir
lo que el universo está ofreciendo.
Oh, sí, he aprendido a soltar
el picor que me molesta en la nariz
lo cual no es poca cosa
y a dejar este mundo de cojines y velas
sentir mi respiración subir y bajar y subir de nuevo
en la sala de Paz y Justicia
hasta que la nueva mujer se acomodó en su asiento
y su gran ronquido resonó
y aprendí que no había aprendido nada en absoluto.
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