¡Puedo imaginarme sentada en mi cama en Camp Woodbrooke, el mejor campamento del mundo!
Olía a flores y a galletas recién horneadas. ¡Me hacían sentir con mucha energía! Miré a mi alrededor y vi hierba verde y viva a lo largo del arroyo, fuera de nuestra cabaña de lados abiertos.
Oír el agua fluir en el arroyo me hacía sentir “en paz con el mundo». Una suave brisa rozaba mi piel con un rápido susurro. Podía oír las risitas de mis compañeras de cabaña arriba, disfrutando de la tarde. Oía a los pájaros cantar fuera, en el árbol de pino verde oscuro.
Había babosas y otros animales por ahí. Podía sentir su presencia en el bosque fuera de la cabaña. Sabía que estaban ahí fuera comiéndose todas las plantas perfectamente verdes.
Podía oír a los consejeros durmiendo en la otra litera, pero estaba demasiado preocupada con la carta que estaba escribiendo a mi familia como para prestarles atención. Valió totalmente la pena venir al campamento.
Sentada allí en mi cama podía saborear el aire fresco. Ver todo el barro junto al estanque me daban ganas de ir y ensuciarme los pies, igual que todos los animales que podían hacer eso cada día. Podía oír las voces parlanchinas de mis compañeras de cabaña hablando sobre lo que querían hacer el resto del día.
Mirando a través de la mosquitera que rodeaba mi cama podía ver el puente que cruzaba el arroyo. Podía oler que iba a llover pronto. La hierba parecía saludarme con su movimiento fluido.
“Bong, ding, bong, ding», podía oír las campanas diciéndonos que era hora de levantarnos e ir a nuestra siguiente actividad. ¡Ir a Camp Woodbrooke es uno de los mejores momentos de mis veranos!